Las cosas más bellas no son siempre iguales

Echa un vistazo a tu alrededor: las cosas más bellas, aunque no lo creas, son las que no permanecen siempre iguales, las que continuamente van mutando su apariencia. Todo depende del momento en el que mires. Todo depende de cómo te acerques a ellas. Puedes contemplarlas dos veces; nunca serán exactamente iguales.

Esa es su grandeza.

Igual que un árbol cambia a lo largo del día: con los primeros rayos del amanecer, con el viento que mece suave sus hojas, con el tímido piar de un pequeño pájaro que se posa en una de s
us ramas… Nunca es igual.

O los colores del campo a lo largo del año: del estallido de color en su momento de máxima viveza al contraste reflexivo de los troncos desnudos. De la disparidad otoñal en sus tonos a la naturaleza pictórica del verano. Siempre acecha ese cambio que expresa su perfección.

También sucede con el (aparente) fluir continuo de un río, con la perpetua ebullición de esa ciudad que amas, con las miradas de un actor a lo largo de su representación, con el paisaje que te conmueve a través de la ventanilla a lo largo de un viaje…

Lo más precioso de esas cosas es que, precisamente, nunca permanecen iguales.
Nos gustan las personas que se adaptan a cualquier situación. Honestas, pero dispuestas a saborear lo que se presente ante ellas; fieles, pero siempre abiertas probar. Esas personas con esa forma de mirar que comprende y que conecta de forma casi mágica con quien encuentra. Se quien sea, en cualquier momento.

Para estas mujeres se ha concebido una joya tan versátil como ellas. Porque no quieres lucir siempre de la misma manera, porque sabes lo que esperas de ti en cada momento. Un pendiente desmontable, con dos piezas elaboradas a partir de cuarzo rosa y diamante. Uno simboliza el amor y la calidez, cariño y cercanía; el otro, la fortaleza y la voluntad, reflexión y permanencia.

Igual que todo en la vida, depende del momento. Del tuyo y de lo que quieras expresar. No todo, ya lo sabes, ha de ser igual todo el tiempo.

Encuentra tu sitio


Hay días en que parece que nada parece salir como te habías pensado, como te gusta que sucedan las cosas. Otros, todo parece fluir mágicamente y sin esfuerzo. ¿Te lo habías planteado? Tal vez tenga más que ver con dónde te encuentras, ese pequeño lugar en el que te mueves mientras todo gira alrededor.

Esos sitios que dicen más de nosotros de lo que nos pensamos.

Hay lugares apagados, casi sin luz. No sabes qué es pero lo sientes cuando estás en ellos. Hay otros espacios que están llenos de luz. Una luz que inunda todo con un brillo especial: todo es más cálido, más amable.

Hay sitios que te traen malos recuerdos, los evitas. Hay otros que solo te invitan a hacer cosas nuevas, a descubrir, a explorar. Esos lugares que te inducen a escribir lo que te pasa por la mente, a aprender algo nuevo, a mirar a los ojos, a conectar con esa persona…

Existen lugares en los que las horas, si es que pasan, parecen llevar otro ritmo distinto al que acostumbras: todo es pesado y desganado. En otros, el tiempo se detiene: estás tú en el centro y nada más; tienes todo para ti, todo el tiempo.

En algunos sitios todo es plano y rutinario. Todos los días. Te desvives por un cambio que nunca llega. En cambio, en otros brota la inspiración, te seducen por ese hechizo que ejercen en ti y te invitan a crear: cada partícula, cada elemento del entorno es susceptible de convertirse en algo grande. En algo con sentido.

Antes de pasar por el atelier al creador de joyas le sucede lo mismo. En una playa vacía del norte, aunque entre nubes y paseando entre lluvia, dispone las piezas que conformarán su colección ‘Arena y mar’; en un paraje casi desértico de la meseta, imagina una nueva pieza inspirada en la naturaleza.

Son sitios de silencio, de conectar con lo que uno quiere expresar.

Haz tú lo mismo: busca tu sitio, ese que está hecho especialmente para ti. Puede estar cerca o lejos. Puedes estar rodeada por tu multitud de personas, o todo lo contrario. Pero búscalo, ya sea una playa, un bosque, el mundanal ruido… En ese sitio, y solo en él, vas a sentirte justo como eres.

Pide un deseo

Lo repites año tras año y casi ni recuerdas cuándo fue la primera vez. Seguramente fueras pequeña, lo que experimentaste te impresionó, era algo mágico. Por eso se ha convertido casi en una tradición para ti y los que te rodean, lo revives año tras año. Al llegar este momento del mes esa pequeña se apodera de ti. Y rememoras. Vuelves a sentir lo mismo que esa primera vez que saliste a observar las estrellas de agosto.

No es una noche más de verano. No puede serlo. La quietud, el bochorno y el letargo son sustituidos por una extraña emoción, un continuo descubrir, un pequeño sobresalto alegre que vuelve cada poco. Miras arriba hacia el cielo: hay algo mágico en esas estelas que rompen la noche. Algunas llegan de improvisto, cuando menos lo esperas; otras se hacen de rogar; alguna, decide no llegar nunca. Siempre atenta, pase lo que pase. Descubres en este pequeño acto, apenas un juego, toda una alegoría. Es la vida misma, con sus sorpresas y destellos lo que observas.

Pero siempre atenta, pase lo que pase.

Ahora te contemplas a ti misma. Te gusta lo que ves, adviertes una misteriosa conexión con lo que te rodea, con quienes te rodean. «Pide un deseo», oyes decir. Y lo piensas y lo repites.

Pueden pasar por el cielo cientos, miles de estrellas fugaces. Con un poco de suerte podrás ver un puñado de ellas. Pero cada una es distinta e irrepetible, cada una tiene su momento, cada una es un deseo. Como tú. Descubres que no hacen falta propósitos, ni anhelos. Te basta con poseer instantes como este. Momentos pequeños que convierten la vida en algo grande.

Te das cuenta de que tú eres quien más brilla en este precioso momento.

Para un segundo (pero no del todo)

Llevas meses esperando este momento. La rutina, últimamente, se te hacía más y más pesada: los días, cada vez más largos; las hojas del calendario, cada vez más pesadas, parecían ser más que simples trozos de papel, no avanzaban. Prisas, una sucesión de acontecimientos que se suceden de forma indiferente, llamadas, mucho ruido, demasiado ruido.

Hasta que, por fin, casi sin quererlo, llega ese día que llevabas meses esperando. Es la hora de detenerse, de hacer una pausa. Te merecías un descanso, dejar la costumbre a un lado. Es el momento de parar, de reponer energías, de dedicar unos días a abstraerse, al silencio y al simple hecho de no hacer nada en absoluto. Estás deseando parar.

Pero no lo hagas del todo.

Tienes que dejar un resquicio abierto a la sorpresa. Y hay cosas que, con el simple hecho de parpadear, pasan volando delante de ti sin siquiera reparar en ellas. Muchas de esas cosas, sencillamente, merecen la pena.

Quien está completamente detenido no se percata de lo estimulante que es el camino. Quien no se mueve de su sitio no advierte las sorpresas que depara su entorno. El que mira de continuo la línea del horizonte del mar no descubre los barcos que flotan junto a él, los peces que deambulan por el fondo, los niños jugando a su alrededor.

Afloja el paso, pero no te pares. Relaja tu mirada de tanto estímulo, mero no dejes de observar. Mantén siempre los sentidos alerta: nunca sabes dónde se esconde todo eso que nos emociona.

El mundo a través de los ojos de una niña

Lo que para muchos es una tediosa y aburrida tarde de verano en sus ojos son solo unos minutos que se van sin darse cuenta. Para nosotros es solo un momento más, un trámite; para ella es un regalo que le pone en bandeja y al alcance de la mano cientos de cosas nuevas, aún por descubrir. En sus ojos de niña todo es desconocido y emocionante, nada es lo que parece.

En un trozo del jardín, entre el césped, ella ve una selva en la que perder sus juguetes.

Una pequeña charca es todo un océano en el que jugar.

Los botones perdidos que hay en casa son la moneda con la que se compra y se vende en una tienda que ella misma ha imaginado.

Los primeros paseos en bicicleta son largas travesías que parece que cruzan el mundo entero.

Todo depende de los ojos con los que se miren las cosas. ¿Hace cuánto que no vemos las cosas de esta manera? Todo es más asombroso, salvaje, misterioso y apasionante si recuperamos esa mirada que teníamos de pequeños.

A nosotros nos ocurre lo mismo: igual que esa niña encuentra un mar, una jungla o todo un universo en cualquier cosa diminuta; en un boceto, en un pequeño dibujo, en uno de sus destellos de imaginación puede esconderse una joya. Una pieza, como ella, única, creada a partir de su fantasía. Esa que solo los más pequeño tienen.

Haz tú lo mismo. Haz que salga esa niña que tienes dentro. Haz que su mirada vuelva a conquistarlo todo.

Ese vínculo mágico

El proceso arranca en el momento mismo en el que se abre la puerta. Quien entra en el taller no es una persona más, lo sabemos nada más verte. Conocemos cómo eres, aunque no nos hayamos visto nunca. Se ha puesto en marcha una cadena de acciones que se suceden de forma natural, pero casi mágica.

Primero buscas con la mirada. Tus ojos se posan en todo tipo de enseres y artilugios, esos que luego obrarán la magia. Aquí un pequeño martillo; allá un horno a pleno rendimiento; entre medias, una obra que el orfebre está perfeccionando en ese mismo momento.

Después te muestras. Esa idea que tienes en la cabeza, tu creatividad trabajando, se plasma en palabras. Aunque tú no lo veas, esa joya que estaba en tu imaginación, la que soñabas, está empezando a tomar forma.

Conocemos cómo eres. Te entendemos. Alguien te escucha, te comprende y el mecanismo se pone en marcha también para él. Solo que él mira con otros ojos: ve un todo, ve el resultado final, ve su contraste y su armonía. Nosotros todavía no hemos empezado a ver nada.

Esto es solo posible gracias a esa sensación que ha nacido cuando has entrado por la puerta. Esa extraña complicidad entre las visiones que se ha forjado entre vosotros. Esta conexión no es extraordinaria: aparece con cada persona, y con cada persona, claro, es diferente.

Por eso, cada joya tiene unos rasgos distintos. Porque quien la crea, siempre, ve algo distinto en quien la va a llevar.

Y solo hay una forma de experimentar este nexo. Ven al taller. Compruébalo.

Esos lugares en los que nace la inspiración (II)


Hay ocasiones en que uno busca la soledad. No es algo que venga impuesto, sino que es un estado que, a veces, el creador busca para dar rienda suelta a sus pensamientos, para tirar del hilo de esa idea de joya que tiene en mente, pero que por un motivo o por otro no acaba de manifestarse.

La inspiración, ya lo sabemos, es caprichosa.

Por eso, está sentado junto a un árbol en un bosque, no muy lejos de su casa. Le gusta pasear por estos parajes, perderse de vez en cuando por la tierra que le vio nacer. Es una manera de desconectar, de hacer compendio de lo que va sucediendo en el día a día. O, puede ser, de no pensar en nada en absoluto.

Observa a su alrededor y le llama la atención algo. Tal vez sea una piedra en el suelo, una rama, el colmillo de un animal, una semilla… La inspiración, caprichosa, le sugiere algo: no son solo objetos dispuestos al azar en medio del monte. Para él son un posible colgante, el acabado de una pulsera, un anillo, un pendiente.

El entorno es el opuesto al que está acostumbrado en el atelier en el que nacen sus joyas. Pasea, se pierde, encuentra un camino… Pasa del mayor de los silencios, de la tranquilidad absoluta a percibir el sonido de un animal a lo lejos. Sus sentidos se agudizan, disfruta de lo que le rodea, como si no existieran más lugares en el mundo.

Se acuerda con cariño de los caminos que le vieron crecer. Para él todo empieza en el campo. Hoy, solo o acompañado, meditando sus creaciones o en familia, transita estos rincones de los Montes Torozos —por ejemplo— con la ilusión intacta. El niño que se emocionaba con un alondra es hoy el artesano que recorre el mismo paraje para reencontrarse con ese pequeño y, claro, para tropezar con ideas que, después, cobrarán forma de joya de sus manos. La inspiración, de nuevo, es caprichosa.

Esos lugares en los que nace la inspiración (I)

Hay personas que no son como las demás. Imagínate la escena: una familia, en una playa, dedica su tiempo de descanso a hacer castillos de arena para sus niños. A su lado, el creador de joyas no dedica su tiempo de la misma manera. En vez de castillos hace, junto a sus hijas, figuras y esculturas con lo que encuentra en la orilla y que luego plasmará en sus obras. La inspiración es caprichosa.

De cualquier momento, de cualquier situación, de cualquier material con el que se tope en un paseo puede brotar una potencial pieza que más tarde desarrollará en el taller. La textura de la arena le sugiere cómo será el resultado final de la joya que lleva tiempo rumiando; en una rama que pisa ve de pronto la forma que tendrá una pulsera; en un vidrio marino que encuentra en una playa escondida de Galicia puede estar el embrión de la colección ‘Arena y mar’, inspirada en materiales y colores propios de la costa y forjada como complemento a los diseños de Ulises Mérida.

Él es diferente al resto. No puede quedarse sentado, no puede dejar de pensar en su obra: la que existe y la que está a punto de nacer. Le gusta darse largos paseos por la orilla. Una idea se le aparece casi mágicamente. Acostumbra a garabatear estas imágenes cuando le surgen para luego desarrollarlas en el atelier; pero no tiene cómo: se las ingenia para hacer un bosquejo en la arena, añadirle conchas, piedras o lo que encuentre y captar el primitivo diseño con el teléfono móvil. Cualquier método es útil si sirve para dejar constancia de esta fugaz inspiración. Se manifieste donde se manifieste.

Así nacieron también las joyas de la colección ‘Arena y mar’. Solo que esa imagen que surgió con unos vidrios de una playa junto a la isla de La Toja se enriqueció con la aportación en el momento justo de Ulises Mérida: unos cristales marinos llegados directamente de la costa de Florida. Todo en estas piezas, desde el vidrio de Murano hasta la cadena de plata, es tratado cuidadosamente en el taller para sugerir una apariencia marina, como moldeada por la arena. En el taller todo es posible: del mar hasta ti, pasando por las manos del orfebre.

 
Mientras, el creador seguirá dándole vueltas a sus ideas. Es diferente a los demás. Las ideas, ya lo sabes, le asaltarán en cualquier momento, en cualquier parte: sea la costa gallega, las playas cántabras, los Montes Torozos… Pero esa es ya otra historia.

Que nadie te diga cómo, solo siente

¿Cuántas veces, a lo largo de tu vida, te han dicho lo que tienes que hacer? Estudia esta carrera, cómprate esta prenda, vive siempre en la misma ciudad, ten un coche (u otro más), no te cambies de trabajo, es mejor que compres una casa… Te pones a rememorar y das en tu pasado con varias de estas situaciones. A todos nos pasa. ¿Cuántas veces te han impuesto una misma manera de hacer las cosas? ¿En cuántas ocasiones te han intentado convencer de que hay que ser como el resto?

Muchos dicen que es por tu bien, que es mejor que sigas el camino establecido.

Otras veces eres tú quien dudas: ¿estaré haciendo bien? ¿Me estaré complicando demasiado? A veces, no lo puedes evitar, escuchas a quienes te rodean. Y, claro, piensas en cómo serían las cosas si actuases de forma diferente, si tu forma de sentir las cosas se ajustase, aunque solo fuera un poco, a lo que el resto espera de ti.

Pero tú no eres así.

Te dejas llevar.

Aunque te propongas lo contrario, tu destino es hacer las cosas a tu manera. Es la única que conoces. Está la forma de obrar del resto y la correcta. La que tú estimas correcta. Lo tienes muy claro. Así, dejas de dudar y lo haces todo a tu modo, aprendiendo de la experiencia, valorando que lo que hay tu alrededor no es sino una exaltación de todas lo bueno que existe en la vida.

Olvídate de lo que piense el resto, huye de lo convencional, no te dejes confundir. Tan solo explora tu propio recorrido, siente de la forma que quieras, rodéate de aquellas personas que compartan tus ilusiones y celebra el hecho de ser como eres.

Por todo ello, feliz Día del Orgullo Gay.

Esta canción habla de mí

Las notas musicales se deslizan de forma serena por las cinco líneas del pentagrama. La clave, siempre en el mismo sitio, es el centro alrededor del cual giran las demás. Todo encaja perfectamente y, tan siquiera verlo proporciona una sensación de armonía, de que todo encaja naturalmente.

En ocasiones, en medio de una sinfonía, algo destaca: es un pequeño fraseo, un instrumento que, por un momento, destaca sobre el resto. Lo escuchas y tienes la sensación de que, muchas veces, un pequeño detalle embellece un todo que, de no existir, sería difere
nte.

¿Cuántas veces lo has dicho? «Esta canción habla de mí». Lo piensas, y parece que el compositor se ha puesto en tu piel, ha sentido exactamente lo mismo que tú en el mismo momento y lo ha expresado de una forma única, como solo tú harías. Tienes la sensación de que no estás sola.
Piénsalo: el día es lluvioso y gris, na
da te sale como esperas. Pero vas de camino al trabajo y te para una melodía reconocible, que había tiempo no escuchabas —o no de la misma manera—. De una forma casi sobrenatural, una sonrisa se dibuja en tu cara, y no sabes por qué. El día, de repente es radiante y luminoso, y todo va cobrandsentido. ¿Te ha pasado? Son canciones que parecen construidas para cambiarte.

El efecto que tiene una joya dentro de una colección puede ser el mismo: cada elemento está en su sitio, todo concuerda, cada pequeño detalle te embellece, te diferencia pero también te hace sentir que formas parte de esa minoría que puede decirlo: «Esta canción habla de mí».

Por eso, hoy, Fiesta de la Música, déjate acompañar por esa melodía que te solía hacer sentir única. Sal y disfruta de un concierto; descubre un nuevo artista; rodéate de sonidos que te hagan sentir que todo encaja. Porque la música es el arte que sosiega, acompaña, sugiere, te reconfigura. Porque la música es el arte más completo del mundo; y tú, también.