El proceso arranca en el momento mismo en el que se abre la puerta. Quien entra en el taller no es una persona más, lo sabemos nada más verte. Conocemos cómo eres, aunque no nos hayamos visto nunca. Se ha puesto en marcha una cadena de acciones que se suceden de forma natural, pero casi mágica.
Primero buscas con la mirada. Tus ojos se posan en todo tipo de enseres y artilugios, esos que luego obrarán la magia. Aquí un pequeño martillo; allá un horno a pleno rendimiento; entre medias, una obra que el orfebre está perfeccionando en ese mismo momento.
Después te muestras. Esa idea que tienes en la cabeza, tu creatividad trabajando, se plasma en palabras. Aunque tú no lo veas, esa joya que estaba en tu imaginación, la que soñabas, está empezando a tomar forma.
Conocemos cómo eres. Te entendemos. Alguien te escucha, te comprende y el mecanismo se pone en marcha también para él. Solo que él mira con otros ojos: ve un todo, ve el resultado final, ve su contraste y su armonía. Nosotros todavía no hemos empezado a ver nada.
Esto es solo posible gracias a esa sensación que ha nacido cuando has entrado por la puerta. Esa extraña complicidad entre las visiones que se ha forjado entre vosotros. Esta conexión no es extraordinaria: aparece con cada persona, y con cada persona, claro, es diferente.
Por eso, cada joya tiene unos rasgos distintos. Porque quien la crea, siempre, ve algo distinto en quien la va a llevar.
Y solo hay una forma de experimentar este nexo. Ven al taller. Compruébalo.