Siempre hay un motivo

Todos miran al mismo sitio. La sala está repleta, hay música, gente divirtiéndose, socializando. Pero todos se concentran en el mismo punto. Todas las miradas siguen la misma dirección, todos hipnotizados. A quien miran es a ti.

Lo hacen porque conocen, notan que eres especial y que no es un momento cualquiera para ti. Están los instantes rutinarios, el hábito y los acontecimientos que se suceden, día a día, de forma automática. Ni reparamos en ellos. Después están situaciones como esta. Para ti no es solo una fiesta, ni un evento más en el que coinciden personas que conoces. No, para ti es mucho más: estás celebrando un modo de vida, estás disfrutando del aquí y del ahora. Sabes que no será así, pero disfrutas de este momento como si no fuera a repetirse.

Por eso todos te miran a ti.

Saben que desprendes una aureola especial, luces distinta: y no se trata, simplemente, de la elección de la ropa que has seleccionado para ese día, de tu estilo, de tus complementos, de tus joyas. Se trata de algo mucho más especial, del mero hecho de estar celebrando, de reivindicar tu forma de ser, de exprimir la vida al máximo. Es palpable, siempre.

Por eso aprovecha estos días y todos los que le acompañan. Porque este tiempo es solo para ti, para festejarlo como tú quieras, como tú eres.

Celebra por los que te rodean, los que hacen que momentos tan brillantes como este merezcan la pena.

Celebra por estos instantes, esos que te llevan a escapar de lo frecuente, que te sugieren nuevas maneras de toparse con cosas distintas.

Celebra que te gusta ser como eres, que tú eres tu mejor joya.

Celebra este momento, porque siempre hay un motivo.

Las cosas más bellas no son siempre iguales

Echa un vistazo a tu alrededor: las cosas más bellas, aunque no lo creas, son las que no permanecen siempre iguales, las que continuamente van mutando su apariencia. Todo depende del momento en el que mires. Todo depende de cómo te acerques a ellas. Puedes contemplarlas dos veces; nunca serán exactamente iguales.

Esa es su grandeza.

Igual que un árbol cambia a lo largo del día: con los primeros rayos del amanecer, con el viento que mece suave sus hojas, con el tímido piar de un pequeño pájaro que se posa en una de s
us ramas… Nunca es igual.

O los colores del campo a lo largo del año: del estallido de color en su momento de máxima viveza al contraste reflexivo de los troncos desnudos. De la disparidad otoñal en sus tonos a la naturaleza pictórica del verano. Siempre acecha ese cambio que expresa su perfección.

También sucede con el (aparente) fluir continuo de un río, con la perpetua ebullición de esa ciudad que amas, con las miradas de un actor a lo largo de su representación, con el paisaje que te conmueve a través de la ventanilla a lo largo de un viaje…

Lo más precioso de esas cosas es que, precisamente, nunca permanecen iguales.
Nos gustan las personas que se adaptan a cualquier situación. Honestas, pero dispuestas a saborear lo que se presente ante ellas; fieles, pero siempre abiertas probar. Esas personas con esa forma de mirar que comprende y que conecta de forma casi mágica con quien encuentra. Se quien sea, en cualquier momento.

Para estas mujeres se ha concebido una joya tan versátil como ellas. Porque no quieres lucir siempre de la misma manera, porque sabes lo que esperas de ti en cada momento. Un pendiente desmontable, con dos piezas elaboradas a partir de cuarzo rosa y diamante. Uno simboliza el amor y la calidez, cariño y cercanía; el otro, la fortaleza y la voluntad, reflexión y permanencia.

Igual que todo en la vida, depende del momento. Del tuyo y de lo que quieras expresar. No todo, ya lo sabes, ha de ser igual todo el tiempo.

Encuentra tu sitio


Hay días en que parece que nada parece salir como te habías pensado, como te gusta que sucedan las cosas. Otros, todo parece fluir mágicamente y sin esfuerzo. ¿Te lo habías planteado? Tal vez tenga más que ver con dónde te encuentras, ese pequeño lugar en el que te mueves mientras todo gira alrededor.

Esos sitios que dicen más de nosotros de lo que nos pensamos.

Hay lugares apagados, casi sin luz. No sabes qué es pero lo sientes cuando estás en ellos. Hay otros espacios que están llenos de luz. Una luz que inunda todo con un brillo especial: todo es más cálido, más amable.

Hay sitios que te traen malos recuerdos, los evitas. Hay otros que solo te invitan a hacer cosas nuevas, a descubrir, a explorar. Esos lugares que te inducen a escribir lo que te pasa por la mente, a aprender algo nuevo, a mirar a los ojos, a conectar con esa persona…

Existen lugares en los que las horas, si es que pasan, parecen llevar otro ritmo distinto al que acostumbras: todo es pesado y desganado. En otros, el tiempo se detiene: estás tú en el centro y nada más; tienes todo para ti, todo el tiempo.

En algunos sitios todo es plano y rutinario. Todos los días. Te desvives por un cambio que nunca llega. En cambio, en otros brota la inspiración, te seducen por ese hechizo que ejercen en ti y te invitan a crear: cada partícula, cada elemento del entorno es susceptible de convertirse en algo grande. En algo con sentido.

Antes de pasar por el atelier al creador de joyas le sucede lo mismo. En una playa vacía del norte, aunque entre nubes y paseando entre lluvia, dispone las piezas que conformarán su colección ‘Arena y mar’; en un paraje casi desértico de la meseta, imagina una nueva pieza inspirada en la naturaleza.

Son sitios de silencio, de conectar con lo que uno quiere expresar.

Haz tú lo mismo: busca tu sitio, ese que está hecho especialmente para ti. Puede estar cerca o lejos. Puedes estar rodeada por tu multitud de personas, o todo lo contrario. Pero búscalo, ya sea una playa, un bosque, el mundanal ruido… En ese sitio, y solo en él, vas a sentirte justo como eres.

Pide un deseo

Lo repites año tras año y casi ni recuerdas cuándo fue la primera vez. Seguramente fueras pequeña, lo que experimentaste te impresionó, era algo mágico. Por eso se ha convertido casi en una tradición para ti y los que te rodean, lo revives año tras año. Al llegar este momento del mes esa pequeña se apodera de ti. Y rememoras. Vuelves a sentir lo mismo que esa primera vez que saliste a observar las estrellas de agosto.

No es una noche más de verano. No puede serlo. La quietud, el bochorno y el letargo son sustituidos por una extraña emoción, un continuo descubrir, un pequeño sobresalto alegre que vuelve cada poco. Miras arriba hacia el cielo: hay algo mágico en esas estelas que rompen la noche. Algunas llegan de improvisto, cuando menos lo esperas; otras se hacen de rogar; alguna, decide no llegar nunca. Siempre atenta, pase lo que pase. Descubres en este pequeño acto, apenas un juego, toda una alegoría. Es la vida misma, con sus sorpresas y destellos lo que observas.

Pero siempre atenta, pase lo que pase.

Ahora te contemplas a ti misma. Te gusta lo que ves, adviertes una misteriosa conexión con lo que te rodea, con quienes te rodean. «Pide un deseo», oyes decir. Y lo piensas y lo repites.

Pueden pasar por el cielo cientos, miles de estrellas fugaces. Con un poco de suerte podrás ver un puñado de ellas. Pero cada una es distinta e irrepetible, cada una tiene su momento, cada una es un deseo. Como tú. Descubres que no hacen falta propósitos, ni anhelos. Te basta con poseer instantes como este. Momentos pequeños que convierten la vida en algo grande.

Te das cuenta de que tú eres quien más brilla en este precioso momento.

Para un segundo (pero no del todo)

Llevas meses esperando este momento. La rutina, últimamente, se te hacía más y más pesada: los días, cada vez más largos; las hojas del calendario, cada vez más pesadas, parecían ser más que simples trozos de papel, no avanzaban. Prisas, una sucesión de acontecimientos que se suceden de forma indiferente, llamadas, mucho ruido, demasiado ruido.

Hasta que, por fin, casi sin quererlo, llega ese día que llevabas meses esperando. Es la hora de detenerse, de hacer una pausa. Te merecías un descanso, dejar la costumbre a un lado. Es el momento de parar, de reponer energías, de dedicar unos días a abstraerse, al silencio y al simple hecho de no hacer nada en absoluto. Estás deseando parar.

Pero no lo hagas del todo.

Tienes que dejar un resquicio abierto a la sorpresa. Y hay cosas que, con el simple hecho de parpadear, pasan volando delante de ti sin siquiera reparar en ellas. Muchas de esas cosas, sencillamente, merecen la pena.

Quien está completamente detenido no se percata de lo estimulante que es el camino. Quien no se mueve de su sitio no advierte las sorpresas que depara su entorno. El que mira de continuo la línea del horizonte del mar no descubre los barcos que flotan junto a él, los peces que deambulan por el fondo, los niños jugando a su alrededor.

Afloja el paso, pero no te pares. Relaja tu mirada de tanto estímulo, mero no dejes de observar. Mantén siempre los sentidos alerta: nunca sabes dónde se esconde todo eso que nos emociona.