El mundo a través de los ojos de una niña

Lo que para muchos es una tediosa y aburrida tarde de verano en sus ojos son solo unos minutos que se van sin darse cuenta. Para nosotros es solo un momento más, un trámite; para ella es un regalo que le pone en bandeja y al alcance de la mano cientos de cosas nuevas, aún por descubrir. En sus ojos de niña todo es desconocido y emocionante, nada es lo que parece.

En un trozo del jardín, entre el césped, ella ve una selva en la que perder sus juguetes.

Una pequeña charca es todo un océano en el que jugar.

Los botones perdidos que hay en casa son la moneda con la que se compra y se vende en una tienda que ella misma ha imaginado.

Los primeros paseos en bicicleta son largas travesías que parece que cruzan el mundo entero.

Todo depende de los ojos con los que se miren las cosas. ¿Hace cuánto que no vemos las cosas de esta manera? Todo es más asombroso, salvaje, misterioso y apasionante si recuperamos esa mirada que teníamos de pequeños.

A nosotros nos ocurre lo mismo: igual que esa niña encuentra un mar, una jungla o todo un universo en cualquier cosa diminuta; en un boceto, en un pequeño dibujo, en uno de sus destellos de imaginación puede esconderse una joya. Una pieza, como ella, única, creada a partir de su fantasía. Esa que solo los más pequeño tienen.

Haz tú lo mismo. Haz que salga esa niña que tienes dentro. Haz que su mirada vuelva a conquistarlo todo.

Ese vínculo mágico

El proceso arranca en el momento mismo en el que se abre la puerta. Quien entra en el taller no es una persona más, lo sabemos nada más verte. Conocemos cómo eres, aunque no nos hayamos visto nunca. Se ha puesto en marcha una cadena de acciones que se suceden de forma natural, pero casi mágica.

Primero buscas con la mirada. Tus ojos se posan en todo tipo de enseres y artilugios, esos que luego obrarán la magia. Aquí un pequeño martillo; allá un horno a pleno rendimiento; entre medias, una obra que el orfebre está perfeccionando en ese mismo momento.

Después te muestras. Esa idea que tienes en la cabeza, tu creatividad trabajando, se plasma en palabras. Aunque tú no lo veas, esa joya que estaba en tu imaginación, la que soñabas, está empezando a tomar forma.

Conocemos cómo eres. Te entendemos. Alguien te escucha, te comprende y el mecanismo se pone en marcha también para él. Solo que él mira con otros ojos: ve un todo, ve el resultado final, ve su contraste y su armonía. Nosotros todavía no hemos empezado a ver nada.

Esto es solo posible gracias a esa sensación que ha nacido cuando has entrado por la puerta. Esa extraña complicidad entre las visiones que se ha forjado entre vosotros. Esta conexión no es extraordinaria: aparece con cada persona, y con cada persona, claro, es diferente.

Por eso, cada joya tiene unos rasgos distintos. Porque quien la crea, siempre, ve algo distinto en quien la va a llevar.

Y solo hay una forma de experimentar este nexo. Ven al taller. Compruébalo.

Esos lugares en los que nace la inspiración (II)


Hay ocasiones en que uno busca la soledad. No es algo que venga impuesto, sino que es un estado que, a veces, el creador busca para dar rienda suelta a sus pensamientos, para tirar del hilo de esa idea de joya que tiene en mente, pero que por un motivo o por otro no acaba de manifestarse.

La inspiración, ya lo sabemos, es caprichosa.

Por eso, está sentado junto a un árbol en un bosque, no muy lejos de su casa. Le gusta pasear por estos parajes, perderse de vez en cuando por la tierra que le vio nacer. Es una manera de desconectar, de hacer compendio de lo que va sucediendo en el día a día. O, puede ser, de no pensar en nada en absoluto.

Observa a su alrededor y le llama la atención algo. Tal vez sea una piedra en el suelo, una rama, el colmillo de un animal, una semilla… La inspiración, caprichosa, le sugiere algo: no son solo objetos dispuestos al azar en medio del monte. Para él son un posible colgante, el acabado de una pulsera, un anillo, un pendiente.

El entorno es el opuesto al que está acostumbrado en el atelier en el que nacen sus joyas. Pasea, se pierde, encuentra un camino… Pasa del mayor de los silencios, de la tranquilidad absoluta a percibir el sonido de un animal a lo lejos. Sus sentidos se agudizan, disfruta de lo que le rodea, como si no existieran más lugares en el mundo.

Se acuerda con cariño de los caminos que le vieron crecer. Para él todo empieza en el campo. Hoy, solo o acompañado, meditando sus creaciones o en familia, transita estos rincones de los Montes Torozos —por ejemplo— con la ilusión intacta. El niño que se emocionaba con un alondra es hoy el artesano que recorre el mismo paraje para reencontrarse con ese pequeño y, claro, para tropezar con ideas que, después, cobrarán forma de joya de sus manos. La inspiración, de nuevo, es caprichosa.

Esos lugares en los que nace la inspiración (I)

Hay personas que no son como las demás. Imagínate la escena: una familia, en una playa, dedica su tiempo de descanso a hacer castillos de arena para sus niños. A su lado, el creador de joyas no dedica su tiempo de la misma manera. En vez de castillos hace, junto a sus hijas, figuras y esculturas con lo que encuentra en la orilla y que luego plasmará en sus obras. La inspiración es caprichosa.

De cualquier momento, de cualquier situación, de cualquier material con el que se tope en un paseo puede brotar una potencial pieza que más tarde desarrollará en el taller. La textura de la arena le sugiere cómo será el resultado final de la joya que lleva tiempo rumiando; en una rama que pisa ve de pronto la forma que tendrá una pulsera; en un vidrio marino que encuentra en una playa escondida de Galicia puede estar el embrión de la colección ‘Arena y mar’, inspirada en materiales y colores propios de la costa y forjada como complemento a los diseños de Ulises Mérida.

Él es diferente al resto. No puede quedarse sentado, no puede dejar de pensar en su obra: la que existe y la que está a punto de nacer. Le gusta darse largos paseos por la orilla. Una idea se le aparece casi mágicamente. Acostumbra a garabatear estas imágenes cuando le surgen para luego desarrollarlas en el atelier; pero no tiene cómo: se las ingenia para hacer un bosquejo en la arena, añadirle conchas, piedras o lo que encuentre y captar el primitivo diseño con el teléfono móvil. Cualquier método es útil si sirve para dejar constancia de esta fugaz inspiración. Se manifieste donde se manifieste.

Así nacieron también las joyas de la colección ‘Arena y mar’. Solo que esa imagen que surgió con unos vidrios de una playa junto a la isla de La Toja se enriqueció con la aportación en el momento justo de Ulises Mérida: unos cristales marinos llegados directamente de la costa de Florida. Todo en estas piezas, desde el vidrio de Murano hasta la cadena de plata, es tratado cuidadosamente en el taller para sugerir una apariencia marina, como moldeada por la arena. En el taller todo es posible: del mar hasta ti, pasando por las manos del orfebre.

 
Mientras, el creador seguirá dándole vueltas a sus ideas. Es diferente a los demás. Las ideas, ya lo sabes, le asaltarán en cualquier momento, en cualquier parte: sea la costa gallega, las playas cántabras, los Montes Torozos… Pero esa es ya otra historia.