Hay una figura que marca la vida de todas las personas. Una persona que moldea nuestro carácter, nuestra personalidad y nos acompaña en nuestro crecimiento personal a lo largo de todas nuestras vidas: nuestra madre.
Cuando una mujer se convierte en madre sucede algo maravilloso: sus virtudes se multiplican y alcanzan cotas inalcanzables para el resto de los mortales. Son seres llenos de entrega, comprensión, cariño, delicadeza, conocimiento y muchas más veces de las que a ellas les gustaría, paciencia.
Nos guían a lo largo de nuestro camino con una mirada cómplice y comprensión infinita. Toleran nuestros desplantes y nos dejan cometer nuestros propios errores. Siempre están ahí cuando necesitamos apoyo o un lugar conocido donde refugiarnos en el que nos esperan con los brazos abiertos.
Y sin embargo a pesar de todas estas virtudes que comparten todas las madres no hay dos iguales. Son completamente únicas. Una madre no se podría repetir ni siquiera contando con los científicos más cualificados en el laboratorio mejor equipado del mundo.
A veces pienso en cómo se puede reconocer a una madre todo el trabajo, el esfuerzo y dedicación que nos prestan. La respuesta es que no se puede. Lo máximo que podemos hacer es tratar de acercarnos porque en realidad nada en el mundo les haría justicia.
Sin embargo podemos invertir tiempo, cariño y amor. Al fin y al cabo lo mismo que ellas invirtieron en nosotros. ¿Por qué no una pieza de joyería a medida? El proceso que te propongo es el siguiente: una charla en la que me cuentes qué hace única a tu madre. Su personalidad, sus cualidades, sus talentos escondidos… De esa manera vamos a poder elegir los materiales que mejor le encajan, los colores y qué tipo de joya se adapta mejor para hacer que todas esas virtudes resalten: anillo, medalla, colgante, pulsera, broche… Hay miles de opciones pero sólo una para ella. Una pieza única para una persona única.